El cerrojo tiene dos bombas de relojería que me amenazan de cuando en cuando. Me aprietan para recordarme que estoy viva, aun diseccionada y hundida. Alguien enseñó a mi corazón a reponerse mientras me olvidaba de que latía. Y ya soy capaz de empujarlo…soy capaz de comérmelo…y cómo no, de arrancarlo. Soy capaz de darle vueltas hasta marearlo.
El recuerdo de las emociones pervive por encima de la memoria de las palabras. Perdura a la marea gris que devora la memoria. Más allá de la lógica o de los números; más allá del propio habla…
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